INTRODUCCION
La doctrina de los diezmos en
estos últimos tiempos ha sido muy atacada, la razón creo yo ha sido con el fin
de atacar la obra de Dios en una forma directa.
Los que están en contra del
diezmo alegan que esta doctrina se dio esencialmente para los que están bajo la
ley y no para nosotros, y lastimosamente muchos hermanos cristianos han
encontrado una razón según ellos para no dar.
Con este material lo que se
quiere hacer ver es que el diezmo es antes de la ley, en la ley y después de la
ley.
Las bases que se pone en esta
doctrina es de la misma palabra de Dios, sin dar ninguna argumentación
teológica ni mucho menos filosófica.
I.
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
1. ANTES DE LA LEY
a) Abraham diezma. Antes
de la ley de Moisés surge la figura de Melquisedec y esta es su breve
biografía: dos veces se menciona a Melquisedec en el Antiguo Testamento, en Génesis
14:18 y en Salmos 110:4. Fue un antiguo rey y sacerdote "del
Altísimo" Génesis 14:18. Después de una batalla salió al encuentro de
Abraham para ofrecerle bondadosamente pan y vino. Como rey de justicia y de paz,
Melquisedec se convirtió en eterno representante y cabeza del más excelso orden
del sacerdocio levítico, y el libro de Hebreos presenta a Cristo como Sumo
Sacerdote según el orden de Melquisedec. La Biblia dice de él: "Porque
este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, el cual se
encontró con Abraham cuando éste regresaba de la matanza de los reyes, y lo
bendijo, y a quién Abraham le entregó el diezmo de todos los despojos, cuyo
nombre significa primeramente rey de justicia, y luego también rey de Salem,
esto es, rey de paz, sin padre, sin madre, sin genealogía, no teniendo
principio de días no fin de vida, siendo hecho semejante al Hijo de Dios,
permanece sacerdote a perpetuidad. Considerad, pues, la grandeza de este hombre
a quién Abraham, el patriarca, dio el diezmo de lo mejor del botín" (Hebreos
7:1-4). Aquí hay una gran lección, significa que ni el ministerio sacerdotal,
ni el principio del diezmo fueron establecidos por la ley.
Cuando Abraham obtuvo una impresionante
victoria sobre cuatro reyes, poderosos en su época, le sale al encuentro
Melquisedec, Sumo Sacerdote del Altísimo. El patriarca entendió que toda
victoria y toda provisión provienen de Dios, que si fue posible lograr tan
grande victoria con un puñado de sirvientes fue porque el Dios Altísimo estuvo
con él concediéndole una victoria que ni lógicamente ni militarmente parecía
posible. Ahora él por gratitud y reconocimiento al Señor debía adorarle pero no
bajo el impulso de una ley que lo obligara a hacerlo bajo castigo sino por una
actitud que nació de un corazón agradecido. Bajo este orden o principio Abraham
presentó a Dios los diezmos de todo lo que poseía. Y aquí surge una
interrogante, ¿por medio de qué Abraham reconoce que Dios es digno de ser
adorado por la provisión de victoria?, con sus diezmos, por supuesto. Nadie
puede proclamar a los cuatro vientos que ama al Señor y que cumple con sus
mandamientos si no lo está haciendo también con los diezmos y las ofrendas.
Ahora sabemos que la Biblia dice que Jesús el
Señor es Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Si Abraham en
reconocimiento de la calidad de sacerdote del Dios Altísimo le entrega los
diezmos de todo, ¿por qué no lo habremos de hacer nosotros con Cristo si
pertenece a ese mismo orden para siempre? ¿Porqué no lo reverenciamos,
adoramos, y le ministramos con el diez por ciento de todo lo que poseemos, de
la misma forma que lo hizo Abraham? El hombre y la mujer que no quiere diezmar,
buscará miles de excusas para no hacerlo, sin darse cuenta que está actuando
neciamente revelando que tiene un mal en su vida que es el amor al dinero, raíz
de toda enfermedad, calamidad, pobreza y maldición. No tiene importancia si
ganas poco o mucho, si eres un obrero o un profesional. El principio sacerdotal
de Cristo y del diezmo sigue siendo el mismo.
b) Jacob diezma. Como
hijos e hijas de Dios se tiene que formar en nosotros la conciencia de un
diezmador, y esta conciencia se forma por medio del conocimiento de la Palabra
de Dios y por la idea siempre latente de que toda provisión material y
espiritual vienen de arriba, vienen de Dios, por eso reiteramos en este estudio
que la actitud de diezmar y ofrendar nace antes de la ley. Primero fue Abel con
su ofrenda de lo más gordo de su ganado, luego Noé cuando salió del arca y
ofreció sacrificios de lo más limpio, y como hemos dicho, también Abraham y por
estos ejemplos de vida en Jacob se forma una conciencia de diezmador, de tal
modo que cuando él vive una experiencia sobrenatural con el Señor expresa:
" He hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en
este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si
volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he
puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo
apartaré para ti". Jacob no estaba bajo la ley. La decisión de diezmar no
surge en respuesta a una obligación, fue una respuesta a Dios al prometerle lo
mismo que se le prometió a Isaac y a Abraham (Génesis 28:13,14). El Señor
nuestro Dios nos ha prometido cielo nuevo y tierra nueva, nos ha prometido
moradas eternas que Jesús fue a preparar para cada uno de nosotros, también nos
prometió una ciudad celestial, la nueva Jerusalén; es más, la Biblia dice que
"cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido a corazón de hombre, son
las que Dios ha preparado para los que le aman" (1ª de Corintios 2:9), o
sea, que no hay punto de comparación entre las promesas hechas a los patriarcas
y las hechas a nosotros. Si los que recibieron promesas temporales de parte del
Señor respondieron con una conciencia de un diezmador, ¿no deberíamos hacer lo
mismo nosotros siendo que las promesas dadas son eternas? La conciencia de un
diezmador permite ver en los diezmos la libertad que nos ha dado el Señor,
además de vivir una eternidad más allá de la muerte. El diezmo es una mínima
parte que se debe dar al Señor por tanta bendición que cada día nos entrega.
2. EN LA LEY
Sus
prescripciones fundamentales:
Se
debía diezmar de todo cuanto el israelita recibiera, del fruto de la tierra, de
los animales e incluso del fruto de los árboles; reconociendo así que todo lo
que hemos recibido viene de Dios y nada podemos tener a menos que venga de su
mano. En caso de que un judío quisiera retener algún producto en particular de
su cosecha debía entonces dar el equivalente monetario y añadirle una quinta
parte de ese valor al total, no así de los animales que no podían ser
rescatados. (Lv 27:30-33).
Este
diezmo sería usado para alimentar a los que servían en el ministerio del
tabernáculo de reunión y posteriormente el templo. “Y he aquí yo he dado a los
hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por
cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión” (Nm 18:21).
Esta era la manera adecuada que Dios proveyó para que fuesen sustentados los
que por su ocupación espiritual y por reclamo divino no disponían de otro
tiempo para tener haciendas, cosechar frutos, o criar ganado. Este diezmo que
recibían era la remuneración por el servicio que prestaban a Jehová. “Y lo
comeréis en cualquier lugar, vosotros y vuestras familias; pues es vuestra
remuneración por vuestro ministerio en el tabernáculo de reunión” (Nm 18:31).
Dios entregó en Deuteronomio 12:19 una solemne advertencia a los israelitas
sobre no descuidar la atención a los levitas. Sin embargo, no siempre se
obedeció a Dios en este aspecto con puntualidad. En las ocasiones que la nación
olvidó el cuidado de los que ministraban en las cosas sagradas vino la
decadencia y el descontento de Dios hacia la nación. Cuando este mandamiento
era desoído Dios siempre mostraba su reproche ante la avaricia y el egoísmo de
su desobediente pueblo (Mal 3:8-9). En tiempos de Nehemías fue tan descuidada
la nación en este menester que los levitas tuvieron que abandonar el servicio
en la casa de Dios e irse a labrar la tierra y ganar dinero en cualquier forma
para no morir de hambre, suceso que Nehemías reprendió oportunamente (Neh. 13:10-12). Reunió luego a los
levitas y los colocó en sus respectivas funciones. Ezequías hizo lo mismo en su
reinado y gracias a esta y otras reformas, el pueblo experimentó un despertar
espiritual como desde los días de Salomón no vivían.
El
diezmo también cubría las necesidades de viudas, huérfanos, extranjeros y
pobres (Dt 14.28-29).
Los
levitas al recibir el diezmo, debían apartar la décima parte del mismo y
presentarlo a Dios como una ofrenda mecida. Y habló Jehová a Moisés, diciendo:
Así hablarás a los levitas, y les dirás: Cuando toméis de los hijos de Israel
los diezmos que os he dado de ellos por vuestra heredad, vosotros presentaréis
de ellos en ofrenda mecida a Jehová el diezmo de los diezmos. Y se os contará
vuestra ofrenda como grano de la era, y como producto del lagar (Nm 18.25-27).
Además
de diezmar con fidelidad, los israelitas debían participar de la adoración a
Dios y el sistema cultual operante con distintos tipos de ofrendas. Las
ofrendas expiatorias (Lv 6.6-7), La ofrenda por el pecado (Lv 5.6-13), el
holocausto (Lv 1; 6.8-13), la oblación (Lv 2) y las ofrendas de paz (Lv 3).
Conjuntamente a estas ofrendas preordenadas meticulosamente, los israelitas
debían entregar las primicias de sus cosechas, de su lana y de su aceite para
mantenimiento de sacerdotes y levitas (Deuteronomio 18.4). De igual forma, seis
años labraría la tierra y el séptimo la dejaría libre al igual que su viña y su
olivar para que comieran los pobres y se alimentaran las bestias (Ex 23.11). No
debía recoger las espigas que los cosechadores dejaran al segar los campos, ni
recoger los frutos caídos de sus viñas, para los pobres y los extranjeros se
dejaría (Lv 19.10). Podía ofrecer también ofrendas voluntarias al Señor (Lv
22.18-23)
Todo
esto pudiera en un principio parecer agravante a nuestros ojos, pero alguien
que vivió bajo la ley y practicó cuidadosamente cada detalle aseguró: “Joven
fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que
mendigue pan” (Sal 37:25). También el hombre más sabio de la tierra, quien le
tocara vivir en tiempos de la ley dijo: “Jehová no dejará padecer hambre al
justo” (Pr 10:3).
Las
prescripciones sobre el diezmo buscaban perfeccionar el temor a Dios (Dt
14:22-23) quien es dador de toda buena dádiva. El cumplimiento de las mismas
atraería bendiciones que aventajarían largamente la dádiva del oferente o del
diezmador (Mal 3:10-12). Eran mandamientos que propiciaban una cobertura para
la gratitud y la generosidad que daba lugar al buen funcionamiento de la nación
de Israel en los aspectos religiosos y sociales.
Estas
ordenanzas respecto al diezmo tenían además, un propósito futuro que nos
alcanzaría a nosotros. Romanos 15:4 nos dice: “Todo lo que está escrito en la
Biblia es para enseñarnos. Lo que ella nos dice nos ayuda a tener ánimo y
paciencia, y nos da seguridad en lo que hemos creído”. Mediante la lectura de
pasajes como Lv 3; 5:6-13; 6:6-7; 27:30-33; Nm 18:21; y Dt 14.28-29 la iglesia
debiera aprender y consolidar un ánimo dadivoso y una voluntad generosa a favor
de la obra de Dios. (Véase también las declaraciones de Pablo en 1 Co 9.8-10).
II.
EN EL NUEVO TESTAMENTO
El diezmo aparece ocho veces
en el Nuevo Testamento, siempre en un contexto ilustrativo o histórico (Mt
23:23; Lc 11:42; Lc 18:12; Hb 7:2,5,9), nunca como una ordenanza específica
para la iglesia. Esto no infiere necesariamente que se ha de abolir, por el
contrario, todo cristiano debiera con alegría y total fidelidad participar en
el mantenimiento de la obra del Señor, no con la décima parte de sus entradas
sino con mucho más.
Ciertamente son muchos los que
sostienen que no se debe diezmar. Creen encontrar un argumento cuando aseguran
que el diezmo pertenece a la ley. Pero hemos visto que cuatro siglos antes ya
nuestro padre Abraham en la fe y otros patriarcas diezmaban con solicitud. La
ley no introdujo el diezmo, solo legisló sobre él para el pueblo de Israel. Si
decimos que no debemos diezmar hoy porque la ley hace alusión al diezmo,
podríamos decir que no debemos casarnos hoy porque la ley de Moisés también
legisla en este respecto.
JESUCRISTO EN SU MAGISTERIO
TERRENAL NUNCA ATACÓ LA ENSEÑANZA DEL DIEZMO, lo que censuró fue la inadecuada
prominencia que los fariseos le habían dado sobre otros requerimientos divinos
más importantes como lo son: la justicia, la misericordia, y la fe. Esto lo
demuestra Jesús en Mateo 23.23 al sentenciar en la última oración de este
versículo: “Esto era necesario hacer [la justicia, la misericordia, y la fe],
sin dejar de hacer aquello” [diezmar].
Los que reclaman que debemos
dejar de diezmar porque estamos bajo la gracia y no bajo la ley debieran
reflexionar que si el judío bajo la ley daba el diez por ciento de todos sus
ingresos con acción de gracias, ¿cómo el cristiano bajo la gracia que ha
recibido todos los beneficios del nuevo pacto sellados con la muerte de Cristo
no va a entregar para la obra del Señor, no el diez por ciento, sino mucho más?
El estilo de vida de dar del judío bajo la ley no debiera ser algo que
desechemos como ritualista y caduco, mas bien, debiéramos imitar y sobrepasar
con creces su acción por cuanto estamos bajo una dispensación más excelente.
En el Nuevo Testamento se nos
insta a dar. Se prescriben actitudes para hacerlo (2 Co 9:6-7), pero nunca se
limita la forma en que se puede dar. Entregar la décima parte de todas nuestras
entradas forma parte de la herencia histórica espiritual que nos legó nuestro
padre Abraham; imitar esta acción no sería más que una de las tantas formas de
cumplir el mandamiento de Jesús de dar (Lc 6.38) (Hech 20.35). Nadie tiene el
derecho de estorbar a un creyente que con gratitud y generosidad quiera
diezmar, traer primicias de su cosecha u ofrendar para el Señor.
Intentar mutilar la enseñanza
del diezmo para nuestros días, sería desproveer a la iglesia de una cobertura
para sustentar la obra de Dios y para expresar la gratitud por lo mucho que
hemos recibido del Señor.
La avaricia, la incredulidad y
no el apego a las enseñanzas del Nuevo Testamento son las razones que mueven a
algunos a despreciar el diezmo como una forma adecuada, aprobada y funcional
para honrar a Dios (Pr 3.9) y sustentar la obra del Señor.
El dar, sea en la forma que se
haga (entiéndase diezmos, ofrendas, primicias) como cualquier otra actividad
dentro del cuerpo de Cristo se hará en una actitud de fe (Ro 14:23) y teniendo
en cuenta, no un mandamiento Antiguo Testamentario, sino el ejemplo de nuestro
Señor Jesucristo quien por amor a nosotros se hizo pobre (2 Co 8:9). Esto es
mucho más exigente que una ley escrita.
Dar fielmente para la obra de
Dios es además, prueba de nuestro amor por su obra . “No hablo como quien
manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también
la sinceridad del amor vuestro” (2 Co 8:8). Dar es un privilegio no una carga
(2 Co 8:4). Diezmar en la obra de Dios no es una ordenanza legalista, sino una
oportunidad hermosa para servir a Dios y a los santos.
Los siervos de Dios, al igual
que los levitas de antaño, necesitan que se les sostenga para ocupar su mayor
tiempo en los negocios del Padre Celestial (1 Co 9:7). Esto, además de ser una
necesidad, es un mandamiento de nuestro Señor Jesucristo: “Así también ordenó
el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (Corintios
9:14). Cuando el cuerpo de Cristo cuida con fidelidad de sus ministros obedece
a Dios y procede con sensatez: Si nosotros sembramos entre vosotros lo
espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? Si otros
participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros ( 1 Corintios
9:11). La historia ha demostrado que cuando la iglesia por pobreza o por falta
de visión no crea un sostén adecuado a sus ministros, consigue que halla falta
de eficacia y presteza en el servicio a Dios de parte de los que presiden.
Colaborar con nuestros
recursos para las necesidades del pueblo de Dios nos certifica una recompensa
en los cielos (Lucas 18:22). Dejar de dar para la obra de Dios mediante
nuestros diezmos y ofrendas, si bien no acarreará una maldición sobre nosotros
como en días del Antiguo Testamento, si traerá una pérdida de recompensa (2 Co
9.6,10). Muchos son los que han dejado de hacerse tesoros en los cielos (Mt
6.19-21) por darle lugar a la incredulidad y a la avaricia que es idolatría.
Lo que si es claro que una
actitud de avaricia se puede conducir al infierno (1 Corintios 6:10).
Faltar al mandamiento de Jesús
de dar para el reino, es un acto de ingratitud y desamor por la obra del Señor.
Los que quieren medrar nuestra generosidad y agradecimiento a Dios sugieren que
abandonemos la práctica del diezmo que tanto bien le ha hecho a la iglesia
durante veinte siglos. Desoigamos estos reclamos.
Nuestra Organización en Cuba,
en conformidad con lo que enseña el Nuevo Testamento referente al dar, a
entendido como convenientes medios de ingreso para el mantenimiento de la obra
en general, los diezmos y las ofrendas. De igual forma aprueba cualquier otra
manera de cooperación como lo son las primicias y donativos materiales que sean
ofrecidos voluntariamente.
CONCLUSIONES
La ley de Moisés no introdujo
la enseñanza sobre el diezmo en la Biblia; ya los patriarcas diezmaban con
gratitud, aún antes de que existiera propiamente la nación de Israel. Luego la
ley ratificaría y legislaría sobre el diezmo, pero nunca fue ella la primera en
enseñarlo.
Las prescripciones sobre el
diezmo tenían un doble propósito. El primero tenía que ver con la nación
israelita en su medio religioso y social. El segundo tenía un alcance futuro,
el de consolidar en el cuerpo de Cristo un ánimo dadivoso y una voluntad
generosa a favor de la obra de Dios.
El diezmo aparece ocho veces
en el Nuevo Testamento, siempre en un contexto ilustrativo o histórico (Mt
23:23; Lc 11:42; Lc 18:12; Hb 7:2,5,9), nunca como una ordenanza específica
para la iglesia. Esto no infiere necesariamente que se ha de abolir, por el
contrario, todo cristiano debiera con alegría y total fidelidad participar en
el mantenimiento de la obra del Señor, no con la décima parte de sus entradas
sino con mucho más.
Si decimos que no debemos
diezmar hoy porque la ley hace alusión al diezmo, tendríamos también que decir
que no debemos casarnos hoy porque la ley legisla en este respecto.
Jesucristo en su magisterio
terrenal nunca atacó la enseñanza del diezmo.
Intentar mutilar la enseñanza
del diezmo para nuestros días, sería desproveer a la iglesia de una cobertura
para sustentar la obra de Dios y para expresar la gratitud por lo mucho que
hemos recibido del Señor.
El estilo de vida de dar del
judío bajo la ley no debiera ser algo que desechemos como ritualista y caduco,
mas bien, debiéramos imitar y sobrepasar con creces su acción por cuanto
estamos bajo una dispensación más excelente.
Entregar la décima parte de
todas nuestras entradas forma parte de la herencia histórica espiritual que nos
legó nuestro padre Abraham; imitar esta acción no sería más que una de las
tantas formas de cumplir el mandamiento de Jesús de dar (Lc 6:38; Hch 20:35).
En el Nuevo Testamento se nos
insta a dar. Se prescriben actitudes para hacerlo (2 Co 9:6-7), pero nunca se
limita la forma en que se puede dar.
El dar, sea en la forma que se
haga (entiéndase diezmos, ofrendas, primicias) se hará teniendo en cuenta, no
un mandamiento Antiguo Testamentario, sino el ejemplo de nuestro Señor
Jesucristo, quien por amor a nosotros se hizo pobre (2 Co 8:9). Esto es mucho
más exigente que una ley escrita.
Dar fielmente para la obra de
Dios es prueba de nuestro amor por su obra.
Los siervos de Dios, al igual
que los levitas de antaño, necesitan que se les sostenga para ocupar su mayor
tiempo en los negocios del Padre Celestial (1 Co 9:7).
Diezmar en la obra de Dios no
es una ordenanza legalista, es una oportunidad hermosa de servir a Dios y a los
santos.
Dejar de dar para la obra de
Dios mediante nuestros diezmos y ofrendas, si bien no acarreará una maldición
sobre nosotros como en días del Antiguo Testamento, si traerá una pérdida de
recompensa (2 Co 9:6,10).
Los que quieren medrar nuestra
generosidad y agradecimiento a Dios sugieren que abandonemos la práctica del
diezmo que tanto bien le ha hecho a la iglesia durante veinte siglos.
Desoigamos estos reclamos.